Ventana


*Por Lara Benelli
"Alguien entra en el silencio y me abandona.
Ahora la soledad no esta sola.
Te anuncias como la sed.
Tú hablas como la noche".

-Alejandra Pizarnik


Recuerdo que el paisaje que se podía observar desde mi ventana era realmente deprimente. No importaba si era un día soleado o lluvioso; siempre daba esa sensación horrible de tristeza. 
Recuerdo que se podía ver un edificio abandonado con aire de melancolía y soledad; con colores apagados. Esos grises, negro y blanco que dan sensación de vacío al alma. Todavía recuerdo la primera vez que me acerqué y observé todo eso. Recuerdo que me puse a llorar, por horas; y desde ese entonces por quince años, nunca quise volver a mirar por ella.
La mantuve cerrada durante todos esos años. Me negaba a mirarla. Me negaba a abrir esa persiana y esas cortinas añejas. Hasta que un día, un día para nada especial, un día común y corriente, un día como los anteriores me levanté de la cama a las 7:30 y mi corazón sintió la necesidad de llorar. La verdad no por qué. Supongo que por el hecho de querer desahogarse de algún deseo o emoción reprimida hace mucho, que hasta el día de hoy no pude descifrar nunca. En fin, sentía ese impulso de deprimirme por unos segundos. Me encontraba solo en casa. Se respiraba soledad y silencio. Era perfecto el ambiente para derramar lágrimas.
Así me acordé. En ese momento entendí todo. Me había olvidado que tenía una ventana espantosa que juré no volver a ver a través de ella jamás. Pero lo necesitaba, necesitaba sacar las lágrimas escondidas en mis ojos; así que después de mucho tiempo, me dirigí a esa ventana, corrí las cortinas y subí la persiana. Observé el paisaje. Y una vez más me encontré con tristeza. Me encontré con angustia en mi corazón. Me encontré con una vista cambiada, un poco modificada, pero con el mismo sentimiento intacto.
Ésta vez no encontré el paisaje vacío. En él pude observar detenidamente a una mujer hermosa. Jamás supe el nombre, ni la edad, ni de dónde venía, ni a dónde se dirigía... Nada más vi a través del vidrio una imagen despintada (que podría llegar a deprimir hasta a un bebé recién nacido) y una mujer realmente bella. La vi y quedé como hipnotizado, sentí que estaba bajo un hechizo, un embrujo o algo por el estilo. No podía dejar de mirarla y no podía dejar de sentirme mal. Su rostro acompañaba perfectamente la vista de mi ventana. Era completamente triste; en su boca había una sonrisa pero todos sabemos que el tener una sonrisa no significa felicidad. Pude notar desde lejos que su sonrisa escondía dolor, aflicción, soledad. Pude notar la tristeza escondida en su cara, pude notar que la risa era fingida, y que si hubiera tenido la oportunidad hubiera desaparecido en un mar de llantos. Sonreía mientras miraba papeles que sostenía en sus manos.
Luego de unos segundos, se dio media vuelta, rompió el candado de la puerta del edificio deprimente y entró. Por unos minutos pensé que era una vagabunda que buscaba un lugar en dónde pasar la noche y un edificio abandonado era perfecto; pero luego la vi nuevamente asomada hacia una ventana de ese lugar en el séptimo piso. De verdad no tenía idea que algo así pudiera pasar, no lo esperaba, no lo imaginaba, pero pasó. Y yo estuve ahí, observando todo. Por un momento pensé que no era verdad; traté de convencerme que era un sueño, ¡pero no lo era! Era la vida real. Vi a ese rostro llorando. Recuerdo que su rostro era una verdadera obra de arte incluso con agua en sus pupilas.
En fin, con lágrimas resbalando en sus mejillas abrió la ventana del edificio, le dio un beso tierno a los papeles que minutos antes miraba con plenitud y aflicción, los arrojó y dejó volar en el aire, en la brisa fría. Luego se acercó unos pasos más adelante hacia la ventana, se subió a ella y mientras los pedazos de papeles se deslizaban por el cielo silencioso se dejó caer, poniendo fin a su triste vida.
Al presenciar esto, me quedé congelado. No sabía qué hacer. No sabía nada. Con lágrimas en mi cara me deslicé hacia el piso de mi departamento. No podía parar de sentir culpa. Esa mujer se quitó la vida delante de mis narices y yo no pude salvarla. A lo mejor tenía una vida solitaria, a lo mejor se había pasado su vida entera pidiendo cariño, ayuda y nadie podía brindarle eso. Yo me sentía una de esas personas, una más que no pudo salvarla. Que no pudo hacer nada.
Hoy en día no puedo ni salvarme a mí mismo del dolor que me dejó ese recuerdo. Apenas entran los invitados a mi casa, en el living, apenas cruzan la puerta de entrada, lo primero que pueden presenciar  es un cuadro gigante colgado en la pared blanca. Una de mis mejores  obras, la más importante, la más hermosa. Decidí pintar a esa bella dama, pero quise realzar la parte "linda" si es que hay una en esta historia de porquería. La pinté como la vi por primera vez. Con esa sonrisa triste y un tanto escondida, con un paisaje de fondo en donde me imagino que está ahora. Rodeada de naturaleza, montañas y la paz que a lo mejor buscó todos los días en los que su corazón latió.
Así siempre puedo recordar que unos minutos antes del desafortunado incidente, sin saberlo, ella dejó una marca en mi mente y otra mucho más grande en mis recuerdos.
- Labene*.

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