Desde mi piel

Por Lara Benelli

Había una vez una familia integrada por cuatro personas. Papá, mamá, hija mayor e hija menor.
Esta familia no era una familia demasiado distinta a las demás, pero había ciertos momentos en que ellos sentían que eran únicos; ya saben, todo por el simple pensamiento de "cada casa es un mundo". Y de alguna forma esta familia era especial.
El papá trabajaba de cocinero, la mamá era ama de casa, la hija mayor estaba en primer año de instituto y la hija menor estaba en séptimo grado de primaria.
La familia parecía estar unida por un amor súper fuerte que sentían los unos por los otros; todo parecía ir bien hasta que un día ya nada estuvo "bien". La mamá desde muy joven había sufrido una enfermedad llamada "Artritis Reumatoidea", esta es una enfermedad que aparte de deformar los huesos y atacar las defensas de un ser humano, también es experta en arruinar familias, romper parejas, lastimar infancias y generar un odio y una tristeza interna que no es posible saber con exactitud cuándo comienza; y lo que es peor, no se sabe cuándo se termina.
Esta mujer sufrió casi toda su vida por esta enfermedad. No me es posible recordar con cierta exactitud todas las demás enfermedades, infecciones y malestares que llegaron a raíz de la enfermedad principal, tampoco puedo recordar cada uno de los procesos médicos por los que tuvo que pasar. Y con "procesos médicos" me refiero a idas y vueltas de sala en sala de hospital, sin contar las entradas y salidas de diferentes hospitales también (uno diferente todas las semanas), las recetas médicas, medicamentos, operaciones, vómitos, diarreas, dolores, malestares, llagas, huesos deformes, perder la fuerza de sus piernas, sillas de ruedas, andadores, etc.
Todo eso sin contar todas las cosas que se perdió de su familia. Actos de escuelas, salir a pasear con su esposo, andar en bicicleta, comidas con sus hermanas/os, una vida sexual activa, cocinar, limpiar, bailar. En resumen... Vivir.
Las situaciones que esta familia tuvo que sufrir en repetidas ocasiones causaron heridas que nunca sanaron; con todo lo que tenían que vivir día a día podemos decir que se acostumbraron y trataban de salir adelante como podían. A veces era frustrante querer hacer cosas y por el hecho de esos problemas de salud de ella y otros problemas de familia que tenían que sobre llevar como todos no podían llevarse a cabo.
Sinceramente pienso y siento que esta familia se olvidaba en muchas ocasiones de ser felices. Creo que todos y cada uno de los integrantes estaban preocupados en no molestar, en no estorbar, en ayudar, en no ser una carga para el otro y eso los llevo a que cada uno esté en su mundo para no sentir que invadían el del otro.
Las hijas a lo mejor no querían molestar a su madre por miedo o preocupación de que esta se sintiera mal, ya saben, al no poder hacer las cosas cotidianas que una madre hace con sus hijos; o simplemente no querían ver a su madre sufrir. El esposo no quería invadir su privacidad, a lo mejor sentía que necesitaba pasar tiempo con ella misma y sobre llevar su dolor que solo ella sentía en su cuerpo sola. Es triste, pero es una realidad que tenemos que enfrentar y muchas veces no sabemos cómo, pero solo el enfermo, el que padece esos malestares en su cuerpo, solo ellos entienden el sufrimiento y la angustia que pasan, nadie más que ellos entienden la tristeza, la frustración y el enfado con la vida misma por ser injustos con ellos.
No todo fue tristeza y catástrofe en esta familia. Hubo momentos felices. Momentos que jamás se van a olvidar y van a permanecer en el aire con nosotros.
Hubo momentos felices, contentos, de risas, de amor, de lágrimas de emoción y alegría, momentos chistosos, momentos tiernos, momentos de aprendizajes, momentos de enseñanzas, momentos de abrazos tibios, momentos de besos coloridos. Momentos de familia. Y aunque momentos de tristes existieron, momentos de felicidad no faltaron.
Todo marchaba relativamente bien hasta que un día, así de la nada, ya ni se recuerda el día exacto, todo se puso feo. Los abrazos ya eran fríos, los besos eran grises, todo se volvió triste.
Hay gente que dice que no se puede vivir todo un día sin reír, con lágrimas en los ojos las 24 horas del día, lamentándose de todo. Pero déjenme decirles que, si existen esos días, días asquerosos que simplemente querés que se pasen rápido para a lo mejor vivir de forma distinta al día siguiente.
Y ahí entra la duda... Ustedes dirán, ¿vos como sabes de la existencia de esos días?
Yo mejor que nadie sé que esos días son tan reales como los días felices en los que no se te cae una lagrima de tus mejillas.
Yo soy la madre de la historia, y mi familia vivió esos momentos conmigo. Vi el dolor de mi esposo al llegar del trabajo y verme tirada en nuestra cama llorando, sin poder moverme, sin poder decirle que lo amo. Vi el dolor de mi hija mayor al verme no aguantar más mis dolores, al verme tomar casi siete medicamentos por día. Vi el dolor de mi hija menor al no poder llevarla a la escuela, ella era mi hija y nunca pudo verme andar en bicicleta.
Pocas cosas cotidianas, cosas normales que una familia disfruta, nuestra familia no pudo hacerlo. Digo "pocas" porque realmente fueron pocas las cosas que recuerdo que no pudimos hacer, siempre nos las arreglamos para no ser dramáticos y salir adelante, pero esas pocas cosas hay veces que duelen, aunque no se note o no se le den importancia dejan ese vacío. Esas cosas que nos faltaron vivir, esas anécdotas que faltaron contar.
No recuerdo el día en que mi cuerpo comenzó a decir que ya estaba cansado definitivamente, que ya no podía más, pero recuerdo que la vida no conforme con verme sufrir y ver sufrir a mi familia durante tantos años, una vez más quiso hacernos pasar por esa sensación horrible.
Lo único que recuerdo de ese día es que mis defensas estaban demasiado bajas y como consecuencia a eso mi cuerpo estaba desgastado, no solo físicamente, recuerdo que tenía llagas en la boca que se me reventaban y me salía sangre, eran las doce más o menos del mediodía y creo que mi esposo me preparaba el almuerzo (la verdad no recuerdo si fue el o mi hija mayor quien cocino), era la hora de comer y me sentía tan débil que tuve que almorzar en la cama, pero todo el dolor que sentía de verdad me impedía comer mi comida. Recuerdo estar sentada en la cama con 2 o 3 almohadas en la espalda como de costumbre y mi esposo sentado al lado mío en el borde de la cama con la bandeja de comida.
Era tanto el dolor y la angustia que no podía ni masticar y mucho menos tragar el almuerzo.
Mi esposo me decía que comiera, y yo con la boca repleta de llagas no podía hablar con fluidez, pero le decía que no quería, que había llegado al punto de que me dolía comer, así que se molestó porque no había probado ningún bocado y me dijo que si en media hora no comía algo me llevaba al hospital.
A todo esto, ya estaba harta de hospitales, no quería volver a pisar uno nunca más. El pensamiento que se adueñó de mí en ese momento y que quise decirle a mi esposo fue "solo voy a ir al hospital para decirme lo que toda la familia ya se da cuenta en este momento, voy a ir para que me digan lo obvio, para que me digan con palabras profesionales que me estoy muriendo. Que mi cuerpo ya no aguanta más".
Como era de esperarse no pude comer nada, así que no me quedo de otra que ir al hospital una vez más.
Mi esposo y mi hija mayor me vistieron, agarraron mi cartera, pusieron un par de cosas mías y me llevaron al comedor en donde estaba mi hija menor. Mi esposo tenía que preparar el auto y mi hija mayor tenía que cambiarse así que mi esposo le dijo a mi hija menor que se quedara conmigo. Estaba sentada en mi silla de ruedas, pero mi cuerpo no respondía, recuerdo que mi cerebro funcionaba, pero lo demás parecía piedra, me caía de la silla, así que mi hija menor tuvo que sostenerme para que permaneciera sentada y no me callera.
En ese momento me acuerdo que a mi hija se le cayó una lagrima y como pude, entre balbuceos la miré y le dije "te amo mi amor", ella como respuesta me abrazo, me dio un besito en la mejilla y ahí vino mi esposo y me dijo que nos íbamos. Me subieron al auto y ese fue el último día que estuve en mi casa, ya no pude volver, de ahí en adelante no volví a ver esa casa.
No hay que ser muy inteligente para entender lo que paso con mi cuerpo y con mi alma, en esa casa esos minutos antes de partir en el que veía a mi esposo apurado, a mi hija mayor medio triste y a mi hija menor angustiada, otra vez pude presenciar el dolor y las heridas que causaba vivir esa situación, vi y por última vez sentí el dolor. El dolor de mi esposo y mis hijas. El dolor de mi familia.
No me acuerdo a qué hora fue que paso, pero en este recuerdo me vi a mí misma, mi cuerpo, en una camilla de hospital, en terapia intensiva, varios doctores al rededor mío dándome electro shocks para reavivar mi corazón. Y mientras mis ojos miraban esto, mi mente me decía "ya está, ya se acabó, ya viste, sentiste y viviste el dolor que tenías que pasar, ya te vas".
Pude ver en el pasillo del hospital las lágrimas que derramaban mi hija mayor, mi esposo y mi mamá, pero ya no pude sentir el dolor que en vida habría sentido, solo lo pude ver.
También pude ver a mi esposo llamando a mi suegra por teléfono. Pude ver al mismo tiempo el dolor en mi hija menor y mi suegra, ambas arrodilladas en la cocina de la casa de mi suegra derramando lágrimas.
Horas más tarde presencie mi velorio, ya saben el protocolo. Gente llorando, familiares angustiados, gente que no tenía mucho sentido su presencia ahí adentro, mi familia destrozada y detalles que no quiero ni recordar.
Luego de eso a mi cuerpo lo llevaron a un crematorio, días después lo cremaron, días después mi esposo, mis hijas y mi suegra arrojaron mis cenizas al pozo de los recuerdos y ese fue el fin de mi cuerpo. Pero no de mi alma y mi mente.
Suena raro que este contando esto, pero es la verdad, hoy en día aún sigo visitando a mi esposo, a mis hijas, a mi mamá, a mis hermanas y a mi suegra, aunque ellos no puedan verme.
Hoy después de tanto tiempo, día Viernes 01 de mayo, año 2020, hace ya 3 años de mi muerte física se me paso por la cabeza contar lo que viví y lo que veo en estos momentos.
Veo a mi familia, muy lejos de mi casa, los veo felices, en otra casa, en otra ciudad, con otra vida, cada uno con sus responsabilidades, con sus cosas. Y, aun así, con todos esos cambios sigo presentes para ellos, y ellos siempre están presentes para mí.
Veo a mi esposo, no pude cumplir lo que le prometí hace tantos años atrás, no pudimos envejecer juntos, pero al menos puedo verlo y sigo acompañándolo en ese viaje de lejitos; hoy en día lo veo en pareja con otra mujer, siendo feliz como siempre quise que lo fuera. Veo a mamá y a mi suegra también envejeciendo, ambas cuidando de mis hijas dándoles todo el amor y el cariño que necesitan para seguir con sus vidas, y se los agradezco todos los días por ese favor inmenso que me hacen. Veo a mis hermanas y a mi hermano, cada uno con sus familias, luchando, saliendo adelante como siempre, y me alegra saber que deje un recuerdo lindo en la mente de cada uno de los integrantes de las familias para que nunca se sientan solos...
Y veo a mis hijas, cada día más grandes. La mayor hoy en día tiene 22 a punto de cumplir los 23 años, estudiando, ya casi terminando su carrera. La menor con 15 años a punto de cumplir 16, también estudiando tercer año de secundaria.
Veo todo esto cada día, y es una gran impotencia querer que me vean, que me hablen directamente. Querer compartir mates, comidas y anécdotas.
A pesar de que me fui también sigo viendo el dolor, pero de una forma distinta, hoy por hoy veo al dolor de forma tan lejano, ya no me lastima, ya no me causan deseos de llorar; hoy en día lo veo ya con otra mirada, con otra perspectiva. A lo mejor encontrándole un sentido o un propósito.
Pero no todo es malo. Así como en vida y muerte veo dolor, también pude y puedo ver el amor.
Ese amor con el que mi familia y mis familiares me recuerdan, el amor de esas risas contando esos recuerdos, el cariño en cada éxito de mis hijas y que piensen "ojalá estuviera mami acá para ver esto, para hacerla sentir orgullosa y hacerle saber que todo lo que vivió con nosotras y todo lo que nos enseñó no fue en vano". Yo veo ese amor incondicional que aun en muerte me dan estas personas.
Termino con algo realmente triste para mí, pero de consolación para mis hijas, quiero que sepan que veo esos momentos en los que me recuerdan y se les escapan lagrimitas. Veo esos momentos en los que ven una foto y sienten ganas de decirme que me extrañan.
En esos momentos lo único que pasa por mi mente es sentir la necesidad de abrazarlas, que me sientan cerca, darles besos, todo el cariño y amor que se merecen y decirles "¡Mamá no se fue! ¡Mamá esta acá! ¡Mamá sigue acá con ustedes"!
                  
 - Labene.

 

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