Ruidos y solamente ruidos


Por Lara Benelli


Los sonidos son ondas de presión que generan sensación de satisfacción al oído. Normalmente se produce sonido y se le denomina de esa forma cuando realmente queremos escuchar eso, cuando es algo placentero y agradable para nosotros. Por otro lado el ruido es todo lo contrario. Se le denomina de esa forma cuando es algo que no queremos escuchar. Cuando las ondas de presión son irritantes al oído. 

El ruido en mi experiencia, siempre pesa más que el sonido. Desde que tengo memoria soy  intolerante a los ruidos constantes; no me imagino viva si estoy encerrada en una habitación con eco y encima con una persona jugando con el maldito resorte de una lapicera. Y mucho menos con ruidos que son extremadamente agudos. Recuerdo que cuando era chica me acostaba a dormir, pero a la primera que mis oídos  captaban un solo grillo, automáticamente me producía insomnio si no lograba matarlo. Era algo inevitable.
Dentro de todo, intentaba desesperadamente de que no me afecte gravemente. Simplemente si escuchaba ruidos salía de la habitación en la que me encontraba, me bajaba del bondi, del taxi, salía del aula del colegio. Ya saben, nada grave. Sólo azotaba las cosas, me causaba heridas, golpeaba la pared, era violenta y gritaba. Pero nada fuera de lo normal.
En tan solo 4 años, me despidieron de 17 trabajos. Supuestamente porque era demasiado agresiva, sufría de nervios desmedidos, de ansiedad y de ataques de pánico, que dañaban por completo mi desempeño en mi empleo y dejaba muy mala reputación a las agencias delante de los clientes. Más de mil veces me recomendaron psicólogos, terapeutas e incluso me ofrecieron internarme en un loquero.
- ¿¡Vos te das cuenta de lo que pasa!? ¡Me tratan de enferma mental! ¡Todo esto es una truchada! ¡Yo no tengo la culpa! ¿Sabés cuál es el problema? Desde un principio, el error, el verdadero conflicto que hay acá son los malditos teclados de computadoras, ¡las teclas! Creación inmunda del hombre, es una Invención de la reverenda porquería. ¡Su ruido me vuelve loca! ¡Me hace mal! ¿No lo podes entender? Y ni te cuento el ruido de la puerta principal, y el de los resortes de las lapiceras, ¡son todos tus empleados unos estúpidos! No tienen consideración por una compañera de trabajo que la pasa horrible con ese resorte podrido. ¿Sabés qué? ¡Me voy! Son todos una manga de desubicados. Ya no hace falta que me eches, ¡renuncio yo! -
Ese era mi hermoso discurso de renuncia. Ya me lo sabía de memoria e incluso me lo practicaba en el living con mi pez, incorporaba insultos nuevos, hacía ejercicios para no dañar mis cuerdas vocales con tanto griterío. Pobre mi Catulu. Él se fumaba mis gritos cuando me recalcaban algo de mi conducta laboral, o cuando ya me la veía venir, cuando sabía que mi etapa de trabajo había expirado.
Tiempo después ya ni me interesaba conseguir trabajo, sólo lo conseguía para volver a ser despedida. Así que ni me preocupaba.
Hasta que llegó ella. ¡Mi salvación! O en ese momento pensé que había alguna. Me ofreció trabajo de niñera cuidando a su hija de 4 años. La verdad fue el trabajo en el que duré más de 9 meses. Realmente increíble para mí.
Cuando fui contratada, mi patrona estaba embarazada de 8 meses y medio. Un día, el peor día de mi existencia se podría decir, llegó el parto. Todo salió bien supongo porque la criatura llegó a la casa y bueno, todo normal. Y así pasaban los días. El bebito llegó a la casa y empezaron los problemas. Todo se fue al carajo.
Yo pensaba que mi problema con los ruidos ya había pasado. Ya no tenía esa histeria con ese tema. Por suerte en mi trabajo Lola, la nena que cuidaba, era súper silenciosa, no molestaba para nada y casi siempre jugaba en el patio así que los ruidos no llegaban a mis sensibles oídos. ¡Pero el bebé! ¡El bebé era algo que yo no podía soportar!
De pronto, mi trabajo pasó de ser el cielo, la gloria, a ser el mismísimo infierno. El bebé lloraba incansablemente. La musiquita de la cunita era como bombas en mis tímpanos. Ni te cuento los sonajeros de morondanga que le traían los familiares. Mi peor recuerdo fue cuando Mariza le compro un andador con ruidos de animales de la selva y una bocina asquerosa que sonaba las 24 horas del día. Ya no aguantaba un minuto más ahí adentro. De verdad me dolía. Lo peor era cuando tenía hambre y lógicamente tenía que darle de comer. O cuando tenía sueño y estaba chinchudo. Tenía que cargar esa máquina de nervios, esa cosa en mis brazos. ¡Y no se callaba! Era una sensación espantosa, desesperante. Sentía que mis tímpanos explotaban.
Ese día decidí que era el último. Ya era irritante, así que iba a presentar mi renuncia. Me daba pena por mi patrona pero eso era un descontrol, era la tortura para mí. Llegaba a mi casa con dolores de cabeza, dormía incomoda todas las noches, no podía recostarme de costado porque mis orejas me dolían, se me hinchaban hasta ponerse moradas. 
 Esa mañana presenté mi renuncia. Mariza se lo tomó de lo más bien, pero me pidió por favor que ese fuera mi último día, que cumpliera mi jornada de trabajo y que mañana iba a buscar otra niñera, así que acepté.
Eran las 15:30hs y de nuevo me encontraba sola en la casa con dos infantes, una en el jardín de la casa y otro en una cuna de madera. ¡Y los llantos empezaron de nuevo! No había un momento de paz en esa casa. El bebé lloraba, lloraba, lloraba y lloraba. Pasaban horas, horas, horas y horas y no paraba. No podía hacer nada, porque todo lo que había probado era en vano. El parásito no tenía hambre, no tenía sueño, no estaba su pañal sucio, no estaba aburrido, no tenía nada. Bueno sí, ¡ganas de joderme tenía! Sentí de pronto que algo caliente salía de mis oídos y caía hacia mi cuello. Lo toqué para ver qué era y no lo pude creer. ¡Mis oídos estaban sangrando y la hemorragia no paraba! Pobre Mariza, le dejé la alfombra llena de sangre y una habitación de bebé destrozada. Entré en un ataque de nervios. Le empecé a pegar patadas a los peluches que reproducían música, el estúpido andador quedó hecho pedazos, los sonajeros volaron hacia la ventana rompiendo el vidrio. Mi cabeza iba a explotar.
Me dirigí hasta la cuna de ese engendro que no conocía la palabra ¡SILENCIO! Y sin pensarlo tomé la almohada y comencé a presionarla en su cabecita, hasta que los ruidos cesaron, así como su respiración, así como su corazón. Pero no solo los ruidos del bicho se silenciaron, el ruido del mundo entero. Me di cuenta tarde de lo que había hecho; muy tarde pude entender el horror que había cometido. Y les soy sincera, no me arrepiento. Lo volvería a hacer si me tocara vivirlo de nuevo.
Tiempo después llegó la policía, ni siquiera me acuerdo cómo llegaron a la casa. Estaba bloqueada por completo, tirada en la alfombra cubierta de sangre, con mi cabeza en la almohada que minutos antes utilicé para el asesinato y con una cuna con un bebé muerto al lado. Las enfermeras de la ambulancia entraron rápidamente para atender al engendro pero ya era tarde. Los policías me decían cosas y la verdad no pude distinguir si me estaban hablando o gritando. No podía descifrar las palabras que utilizaban. Mis oídos no respondían, no funcionaban. En el momento en el que los llantos del bebé silenciaron, todos los ruidos y sonidos de la tierra se callaron también. Ya no escuchaba nada de nada, pero estaba tranquila. Después de tanto dolor y desesperación conseguí la paz, la tranquilidad y la conformidad que durante años no tuve.
Horas más tarde...
- Señorita, ¿usted es consciente de lo que hizo? ¿Sabe que va a ir a la cárcel porque cometió asesinato? ¿¡Lo entiende sí o no!? ¿A usted qué le pasa? ¿Me está escuchando? ¡Hola! ¿Puede entender algo de lo que digo? ¡Contésteme carajo! -
La verdad no entendía nada, no sabía lo que me estaba diciendo. Ya me daba igual todo. Estaba sorda. Así que lo miré fijamente y con una sonrisa le dije
- oficial, lo único que sé es que ya tengo el silencio que necesitaba.-

                                                                                                                                                   - Labene.

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