Literatura Latinoamericana: discusiones inestables. Un ensayo...
Por Rocío Elizabeth Torres
“Primero se conoce la tierra por los sentidos, después por el intelecto: Nihil est in intellectus quod prius non fuerit in sensu”.[1]
El
año pasado para el coloquio final de Itinerarios
por la literatura argentina I, mencioné -de manera ingenua, a la vez que
pertinente-, que los primeros formatos de literatura argentina fueron una
especie de literatura “prestada”. Claro, me refería a los diarios y crónicas de
Colón, Ulrich Schmidel, Bernal Díaz del Castillo, etc. y a sus versiones narrativas de las crónicas. A modo de ejemplo, esas referencias
me sirvieron para introducir a mi coloquio
lo que posteriormente se concibió como literatura argentina; es decir,
los escritos de autores románticos[2] tales como Esteban Echeverría, Juan Bautista
Alberdi, Juan María Gutiérrez, entre otros. Por supuesto, esa primera tentativa
de llamar literatura “prestada” era un tanto audaz e ingenua de mi parte frente
a un asunto tan complejo. Porque la literatura argentina, para ir entrando en el tema, es concebida también como literatura
latinoamericana. Y he aquí la
primera dificultad que radica precisamente en la búsqueda de una definición que nos nombre; aunque todo pareciera resumirse a ensayos posibles
en donde exista una palabra que nos identifique y, aún más, que reúna una
significación unificadora (si esto fuera factible). En este punto, Ana Pizarro (1985)
se pregunta: “¿cómo delimitar el campo de lo que llamamos literatura
latinoamericana si el concepto mismo de América Latina es un concepto que ha
sido –que aún a veces hoy lo es –controvertido y que constituye de
hecho una noción histórica en evolución”. (p. 13)
Ella
proseguiría preguntando[nos] si entonces
cuando hablamos de literatura
latinoamericana, hablamos de la literatura de los conquistadores españoles,
franceses, portugueses, etc. Es decir, el primer formato de ésta estaba
relacionado, en efecto, con los venidos de afuera, quienes a su vez ocuparon
tierras ajenas y pregonaron aquí y allá su imperio. ¿Dónde quedaría entonces la cultura
devenida oralidad u “oralitura”[3] de los
nativos que eran (y son) los dueños originales del territorio americano? Estos interrogantes proponen una gran complejidad, ya que, inevitablemente, hoy
por hoy la conformación de nuestra latinoamericanidad es una herencia europea.
Mi apellido es Torres, no hay que indagar demasiado para darse cuenta de la
impronta española del apellido.
Pero retomemos la cuestión sobre quienes invadieron “las indias”, esos conquistadores que intentaron contar a su propio mundo, el conocimiento de “el nuevo mundo”. Uno de ellos fue Ulrich Schmidel (1567), un soldado alemán que formó parte de la expedición al Río de la Plata, y en tono de cronista “experto” intentó contar sus experiencias con los nativos, esos Otros. Su encuentro con las comunidades indígenas tienden a la descripción detallada de sus costumbres, comidas y lugares foráneos con un toque sorpresivo.
“El
texto [de Schmidel][4]
se funda, por lo tanto, en lo exhaustivo, la minucia y el detalle son
delineadores de la descripción, la extensión apunta a dejar en claro la
dificultad de describirlo todo: el recorte salta a la vista en los puntos
suspensivos, la selección en la enumeración elegida. E inmediatamente el conflicto pronominal, la
confusión que pudo significar para el lector de esta primera edición la referida
lucha “entre ellos y los nuestros”.” (Añón; 2013; p. 217) (La
cursiva es de la autora)
Tanto
Schmidel como Bernal Díaz del Castillo –otro soldado español que acompañó a
Hernán Cortés en la conquista española de México –escriben certificando la veracidad
de su historia, enfatizando como principal recurso su yo autoral; la autorreferencialidad como recurso retórico central
de sus testimonios.
“Digo
que haré esta relación quién fue el primero descubridor de la provincia de
Yucatán y cómo fuimos descubriendo la Nueva España y quién fueron los capitanes
y soldados que la conquistamos y poblamos, y otras muchas cosas que sobre las
tales conquistas pasamos que son dinas de saber y no poner en olvido. Lo cual
diré lo más breve que pueda y, sobre todo, con muy cierta verdad, como testigo
de vista” (Díaz del Castillo; Cap. I; p.
16)
Esta cuestión de lo real en vista de los testimonios, también representa una incomodidad al nombrar, o al declarar como veraz algo tan subjetivo como la observación propia. Sin embargo, el realismo literario formaba parte intrínseca a la escritura de aquella época, y se mediaba junto a otros géneros simultáneos.
“…
el cronista español (o europeo: occidental en cualquier caso) no mira con ojos
nuevos el “Nuevo Mundo” ni narra despojado de modelos. Por el contrario, las
posibilidades mismas de la escritura se juegan en un ajustado manejo de tipos
discursivos variados (el discurso legal y forense, el discurso bélico, el
discurso bíblico y escatológico, el relato de viaje, las novelas de
caballerías, incluso ciertos tópicos o motivos de la épica), acorde con un
ideal historiográfico específico”. (Añón; 2013; p. 217)
¿Es,
entonces, esta veracidad autorreferencial indicadora de lo real?
Se puede considerar que sí, que se trata de documentos testimoniales que dan cuenta de una experiencia. Ya que como autores son sujetos de transición, y hacen uso de un yo autoral in situ para mostrar, por lo menos, una versión de la realidad.
Se puede considerar que sí, que se trata de documentos testimoniales que dan cuenta de una experiencia. Ya que como autores son sujetos de transición, y hacen uso de un yo autoral in situ para mostrar, por lo menos, una versión de la realidad.
“Realismo
significa, desde cierto punto de vista, adecuación de la escritura a una visión
del hombre que se agota en la historicidad. El origen del realismo se halla en
la comedia que es, podría decirse, el arte de la realidad como tal”. (Saer;
1997; p. 267)
Ahora
bien, algo de lo ficticio se filtra por los resquicios de lo observable. La
aptitud subjetiva da lugar a una de las formas de la ficción. Aunque ello no
quiere decir que no se trate de algo real. Saer (1997) diría al respecto: “Aun
cuando la intención de veracidad sea sincera y los hechos narrados
rigurosamente exactos –lo que no siempre es así– sigue existiendo el obstáculo
de la autenticidad de las fuentes, de los criterios interpretativos y de las
turbulencias de sentido propios a toda construcción verbal (…) Podemos por lo
tanto afirmar que la verdad no es necesariamente lo contrario de la ficción”.
(p. 10)
Cuando se habla de ficción, entonces, se habla de una mirada sumamente subjetiva y subyugada a la forma y fondo –o trasfondo –en que el autor intenta acercarnos su observación de un mundo aparentemente verídico. Acontece, de este modo, una cuestión pragmática; la necesidad de materializar una experiencia de autores “transitantes” en un espacio/lugar que les era totalmente desconocido. Y con la novedad del Otro, diferente y espectacular (en términos de atracción y curiosidad) para ellos.
“El
realismo de una textualidad que se
afirma en la supuesta representación de lo real para legitimarse. Se conforma
así lo que denomino una “retórica del cuerpo”, que subraya la experiencia del
actor y testigo, y los peligros enfrentados…” (Añón; 2013; p. 227)
En
este punto, es importante volver a la pregunta sobre ¿qué sucedía con esos
Otros? Los que durante mucho tiempo para
la historia hispánica fueron los “vencidos”. Este “lema” que había prevalecido
en la historia discursiva de los conquistadores. Ana Pizarro (1985) explicaría
que: “El primer periodo observable es, pues, aquel que se desarrolla en el
discurso dialógico del descubrimiento y la conquista, en donde los
interlocutores consignan una visión de los vencedores y una visión de los
vencidos como los polos donde se va fraguando muchas veces en medio de grandes
contradicciones ideológicas el discurso de América”. (p. 30)
Aunque
es posible afirmar que no se vence una cultura [civilización] mientras algo de
ella sobreviva al paso del tiempo. Por suerte, posteriormente, se fueron “encontrando” documentos literarios
y culturales que dan cuenta de la riqueza excepcional de una literatura
precolombina[5]
que trabaja como antecedente literario.
“Existen, por un lado, las literaturas indígenas anteriores al descubrimiento, que cronológicamente son ubicables antes de él, pero que comienzan a ser estudiadas como literaturas después”. (Pizarro; 1985; p. 23)
“Existen, por un lado, las literaturas indígenas anteriores al descubrimiento, que cronológicamente son ubicables antes de él, pero que comienzan a ser estudiadas como literaturas después”. (Pizarro; 1985; p. 23)
Obras
tales como el Popol Vuh –considerado el libro sagrado de los
mayas— o el Chilam Balam, demuestran cómo estas civilizaciones
concentraban una capacidad imaginativa
muy rica culturalmente. Además, en términos de Ángela Gentile (2014), se deduce
el contacto profundo que mantenían estos pueblos con el cosmos y con la tierra
como una constante.
Las
múltiples referencias y coincidencias del Popol
Vuh con la Biblia cristiana, han sido temas de examen, en principio, por el
sacerdote domínico Francisco Ximénez (1666-1729) quien “leyó el original y quedó
perplejo ante la historia que allí se relataba. La idea de que los indígenas
tuvieran un libro equivalente a la Biblia no dejaba de sorprenderlo. Para que
pudieran leerlo otras personas y tener la posibilidad de analizar esas
historias junto a sus pares, hizo una traducción del quiché al castellano”.
(Vicat; 2009; p. 7)
Para
ejemplificar, puedo mencionar algunos temas análogos a la Biblia, tales como el
diluvio:
“Entraron
en consejo Corazón del Cielo y enviaron un gran diluvio que los destruyó a
todos; a los varones de madera de corcho, que se llamaban tzitté, y a las
mujeres, que estaban hechas del corazón de la espadaña y se llamaban zibac; y
esa fue la voluntad del Creador: los había hecho de madera pero no hicieron
memoria del beneficio que les hicieron al haberlos creado y por eso fueron muertos
y anegados”. (Popol Vuh; 2009; p. 24)
La
historia de cómo se encontraba el mundo antes de toda la creación:
“Lo
primero que debemos tratar es que antes de la creación no había ni hombres ni
animales (pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, hoyos, barrancos, paja ni mecate) y nada se manifestaba sobre la faz de la tierra”. (Popol
Vuh; 2009; p. 19)
Son
innumerables la referencias similares a las historia de la Biblia, cuestión
que, como mencioné anteriormente, había impresionado a los conquistadores.
Atendiendo a la literatura indígena –de transmisión oral más que escrita en un principio—es entonces que me animo a decir que esta literatura precolombina trabaja a modo de palimpsesto[6]; es decir, aquello que se encuentra por debajo e indica que subyace un texto original anterior al que lo superpone (crónicas europeas, etc.), y que a su vez, se encuentra circunscripto a la idea primera. En otras palabras, pertenece a un espacio y tiempo (textual) precedente.
Durante un lapso de la historia, fuertemente europeizante, esta literatura permaneció invisibilizada, así como sus autores originales. Pienso, y es una idea atinada, que la literatura “prestada” a la que hice alusión en un principio, solo fue un eufemismo que intentaba, justamente, suavizar la atrocidad con la que fueron asediados los nativos. La invisibilización de esos Otros, persistente ideología, forma parte de lo que llamo la “cuestión bárbara”, locución que hace referencia al siguiente interrogante: ¿En dónde radica realmente la razón existencial de la barbarie? ¿No es, acaso, otra forma de barbarie la alienación de los pueblos y la desestimación de una cultura rica y autóctona a cambio de una cultura europeizante?, Walter Benjamin (1940) diría que no existe documento de cultura [civilización][7] que no sea a la vez un documento de barbarie.
“Es
necesario desde luego reconocer la existencia de posiciones ideológicas que aún
defienden la dualidad civilización-barbarie en nuestro siglo. Pero
independientemente de esto, en las aproximaciones científicas al discurso
global se pueden observar dos actitudes. Por una parte la no
referencia al problema: las literaturas indígenas no aparecen. Por otra, su remisión al periodo precolombino”. (Pizarro; 1985; p. 23)
referencia al problema: las literaturas indígenas no aparecen. Por otra, su remisión al periodo precolombino”. (Pizarro; 1985; p. 23)
Aunque,
ciertamente, no todo es tan oscuro como aparenta. Muchos críticos literarios
han dado apertura a la discusión en torno al concepto –refractario y difícil—de
literatura latinoamericana. Ana Pizarro (1985) opina al respecto que: “Hay un
discurso que surge y se va construyendo como tal en un periodo de lento
aprendizaje que es mimético y creativo respecto de su genealogía y que se va
moviendo entre estos dos polos. Se desplaza entre mimetismo y creatividad con
voz balbuceante –es la gran estética del balbuceo—y se inserta en la historia
“particularmente lenta de las civilizaciones, en sus profundidades abismales,
en sus rasgos estructurales y
geográficos” de acuerdo con la gran reflexión de Fernand Braudel. Nuestra literatura se constituye
como tal, conforma sistema en el tiempo de la larga duración (…) hasta llegar a
una etapa de consolidación como tal que es el momento de independencia de su
discurso”. (p. 29)
A
propósito de la discursividad, en los años 60 llega el llamado Boom latinoamericano [de escritores] que logró
reivindicar la literatura primigenia y nativa de la américa precolombina. El
escritor argentino, Julio Cortázar, en La noche boca arriba, trae reminiscencias
de la cultura Azteca en un cuento impregnado de realismo mágico, en donde se
narra la historia de un joven de ciudad que un día tiene un accidente en su
motocicleta, y que debido a los golpes y fracturas físicas, debe ser internado
en un hospital. Pero mientras se encuentra recostado en su camilla y con la
llegada del sueño, comienza a “vivir” entre dos mundos. En sus sueños es un indio Moteca que intenta escapar ileso
de la guerra florida y de sus
enemigos, los aztecas, quienes son conocidos por sus rituales que reclaman una
víctima para el sacrificio humano en torno a su dios. Cortázar hace una alusión clara a los sacrificios humanos que
realizaban los aztecas. La leyenda reza de la siguiente manera:
“Quetzalcóatl
pensó que no era bueno que hubiera dos soles. Los dos cuerpos celestes, sol y
luna, permanecían inmóviles en el firmamento, y nuevamente Quetzalcóatl con su
gran poder convocó a los vientos para darles movimiento y los separó para que nunca coincidieran el uno con el otro. Sin embargo, esto no bastaba para que el sol siguiera su curso eterno, y
les exigió que los alimentaran con Chalchiuitl
(sangre)… cuando todos los dioses murieron sacrificándose como alimento
para el sol, Tonatiuh, el sol, comenzó su interminable camino por el
firmamento, pero dejó ordenado a los pobladores del Tlaltipac que continuaran alimentándolo con sangre para poder
vivir”. (Solá; 2008; p. 370)
Retomando
parte del relato de Cortázar, es en ese ir
y venir de la realidad al mundo de los sueños que el autor propone un
juego de saltos temporales y espaciales:
“La
almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua
mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz
violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco. Como dormía de
espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en
cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la
garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas
direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las
sogas en las muñecas y los tobillos”. (Cortázar; 2016; p. 93)
Laura
Esquivel, escritora mexicana del Post-Boom,
también retoma estas nociones fuertemente históricas en su novela Malinche, donde narra, desde la voz de una
indígena llamada Malinalli –amante de Hernán Cortés—, su concepción del cosmos,
su versión de los Otros (conquistadores) y su rechazo hacia los sacrificios
humanos.
“Infinidad
de veces había reflexionado sobre el hecho de que si el señor Quetzalcóatl no
se hubiera ido, su pueblo no habría quedado a expensas de los mexicas, su padre
no habría muerto, a ella nunca la habrían regalado y los sacrificios humanos no
existirían. La idea de que los sacrificios humanos eran necesarios le parecía
aberrante, injusta, inútil. A Malinalli le urgía tanto el regreso del señor
Quetzalcóatl —principal opositor de los sacrificios humanos— que hasta estaba
dispuesta a creer que su dios tutelar había elegido el cuerpo de los recién llegados a estas tierras para que ellos
le
dieran forma a su espíritu, para que ellos lo albergaran en su interior”. (Esquivel; 2006; p. 9)
dieran forma a su espíritu, para que ellos lo albergaran en su interior”. (Esquivel; 2006; p. 9)
Para
concluir, debo decir que, hasta aquí la
complejidad y multiplicidad de acepciones que requiere el abordaje de un tema
como la discusión en torno al concepto de literatura
latinoamericana. Es imposible para mí abarcarlo todo de manera que pueda
hacerle justicia. No obstante, me atrevo a inferir, que la literatura latinoamericana es, en gran medida, una yuxtaposición
entre rupturas periódicas y culturales, a la vez que representa una imbricación
de procesos y sucesos que se han confrontado entre sí durante siglos. Y añado
más, conforma una discusión que sigue latente y por venir.
“Lo
que se intenta organizar es la dinámica de una historia literaria constituida
por una gran dialéctica de ruptura y continuidad. En ella tendemos a mirar las
rupturas: es necesario ampliar la mirada al espacio vasto del tiempo de las
sociedades para darse cuenta de la persistencia de la continuidad”. (Pizarro;
1985; p. 29)
Me
gustaría cerrar con un poema de los pueblos originarios que, en mi opinión y
parafraseando un poco a Gentile (2014), representa
la profundidad de una civilización que produjo su propia poesía, cantó y conoció a la naturaleza y al ser
humano a través de sus sentidos:
Estoy (trad. de Leonel Lienlaf)
Voy como agua
por este río de vida
hacia el gran mar de lo que
no tiene nombre
Yo soy la visión
de los antiguos espíritus
que duermen en estas pampas
Soy el sueño de mi abuelo
que se durmió pensando
que
algún día regresaría
a esta tierra amada
a esta tierra amada
Bibliografía:
Anónimo (2009); Popol Vuh: Libro sagrado de los Mayas- Texto introductorio de Mariana Vicat. 1ª ed. 1ª reimp.- Buenos Aires: Libertador.
Anónimo (2016); La noche boca arriba de Julio Cortázar en Horizontal: antología de relatos sobre dormir. Página 81 a 97; prólogo de Tomás Sasson. 1ª ed. Buenos Aires: Planeta.
Añón, Valeria (2013); "Realismo, detalle y experiencia: acerca dela Historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo". En Revista Latinoamérica 21457(MÉXICO2013/2): 213-245.
Benjamin, Walter (1940); Sobre el concepto de historia. En Conversación sobre historia. https://conversacionsobrehistoria.info/2018/09/23/walter-benjamin-sobre-el-concepto-de-historia-1940/
Díaz del Castillo, Bernal (1795); Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Tomo I. Madrid: Imp. de Don Benito Cano.
El Jaber, Loreley (2005); "Ulrico Schmidl: El Afán De Nombrar". En Jitrik, Noé (2005) Sesgos, cesuras y métodos, Buenos Aires, Eudeba.
Esquivel, L. (2006); Malinche. México. Santillana Ediciones Generales S. A
Gentile, Ángela (coord.) (2014); “Estoy”; trad. de Leonel Lienlaf en Antología poética de tradición oral. CABA, Estación Mandioca.
Gentile, Ángela (coord.) (2014); Antología poética de tradición oral. CABA, Estación Mandioca.
Pizarro, Ana (coord.) (1985); La literatura latinoamericana como proceso. México, Ed. Centro Editor de América Latina.
Saer, Juan José (1997); “El concepto de ficción” en El concepto de ficción, Buenos Aires, Ariel.
Saer, Juan José (1997); “La selva espesa de lo real” en El concepto de ficción, Buenos Aires, Ariel.
Schmidl, Ulrico (1903); Viaje al Río de la Plata, 1534-1554. Notas bibliográficas y biográficas por Bartolomé Mitre. Prólogo, traducción y anotaciones por Samuel A. Lafone Quevedo. Buenos Aires: Cabaut y Cía. Editores.
Solá, Ma. Delia (2008); Origen mitológico de los pueblos. 1ª ed. 1ª reimp. Caseros: Gradfico.
Contacto: rocioelizabethtorres@gmail.com
[1] Cita tomada de la página 32 del libro La literatura latinoamericana como proceso, coordinado por Ana Pizarro.
[2]
Romanticismo: corriente literaria que surge en Europa, específicamente en
Alemania a finales del siglo XVIII como una reacción revolucionaria contra la
Ilustración y el Neoclasicismo, confiriendo prioridad a la sensibilidad y
expresión de la libertad.
[3]
“El historiador africano Yoro Fall propone el término “oralitura” para
referirse a la poesía de los pueblos originarios de tradición oral, en
oposición al clásico término de literatura, que solo remite a lo escrito”.
(Gentile; 2014; p. 10)
[4] La
aclaración entre corchetes es mía.
[5]Aún persisten discusiones en torno a esta categoría nominal. Aunque es
imprescindible aclarar que lo precolombino
hace referencia a la literatura que es anterior a los conquistadores. Para una
lectura más exhaustiva, se recomienda leer el libro La literatura latinoamericana
como proceso, coordinado por Ana Pizarro.
[6]
Palimpsesto: manuscrito en el que se ha borrado, mediante raspado u otro
procedimiento, el texto primitivo para volver a escribir un nuevo texto.
[7]
La aclaración entre corchetes es mía.
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