Literatura latinoamericana: Discusiones Inestables II

 Por Rocío Elizabeth Torres


Introducción: Leo a tres grandes autores, por supuesto, después de leerlos pienso que les hace justicia este adjetivo realmente merecedor. Por suerte, la consigna para el presente trabajo* me da permiso para poder contextualizarlos de una manera muy personal para mí, es decir, explicito aquí  lo que consideré más importante contextualizar de cada uno de ellos y lo que representaron de manera histórica, social-política o individual, como será en el caso del apartado La nostalgia borgeana (…).

Tanto como para  Juan Rulfo, Gabriel García Márquez y Jorge Luis Borges, escogí, trabajar en sus obras, el tópico de la identidad. La idea de profundizar en este tópico me la sugirió hace un tiempo la lectura fortuita de un artículo de la UNESCO publicado hace unos años atrás. El autor de dicho artículo, Alí A. Mazrui, habla sobre la “Tradición oral y los archivos en África”; un título que me llamó la atención, ya que en el primer trabajo realizado para esta asignatura,  mencioné la definición de Yoro Fall sobre el término “oralitura”, y hace referencia a cómo África tiene la particularidad de tener más consistencia o memoria oral de su literatura, mientras que el registro escrito es escaso.  Mazrui (1985) acusa esta debilidad archivística, en tanto material escrito, y comenta que esto se debe a que “la mayoría de las culturas africanas autóctonas se niegan a considerar el pasado como algo ya caducado o el presente como algo transitorio. Nuestros antepasados siguen todavía con nosotros y nosotros estamos llamados a reunimos con ellos. Y si el presente no es transitorio, ¿por qué empeñarse en conservar sus huellas? La debilidad de la tradición archivística en las culturas africanas se explica también por la ausencia de instrumentos para medir el tiempo (calendarios, pero también relojes)”. (p. 13)

Esto último despertó mi curiosidad y asombro, ya que a diferencia de la cultura de los afro-descendientes, la cultura occidental, más precisamente, la latinoamericana, insiste en dejar huellas. La búsqueda identitaria es una constante, y de ello dan cuenta los grandes autores de los que hablaré a continuación.

 

El macondismo, utopía y carácter fundacional en Cien años de soledad de Gabriel García Márquez

Cien años de soledad es una novela que puede formar parte de varias categorías: novela genealógica, ya que nos cuenta la conformación del árbol genealógico de una familia que funda Macondo  (macondismo), los Buendía.

Es una novela histórica, porque también se enmarca en un trasfondo que relata la historia de la conquista y el colonialismo inminente con la llegada del europeo. Pero sobretodo, es una novela que pertenece al realismo-mágico. Viene a ser  la piedra angular que otorga una coyuntura imprescindible a la literatura latinoamericana.

En este caso particular, me gustaría comenzar por el final de la novela, que dice de la siguiente manera: “Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugados por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.” (Cien años de Soledad, Gabriel García Márquez)

Con Macondo, de manera metafórica, se instala el ideal utópico, la familia Buendía fundadora, le otorga al lugar una geografía inexistente, lo coloca para siempre en el mapa, no del mundo, sino del imaginario social y literario.

Una Macondo donde llegan personalidades como Melquíades, ese gitano generador de intrigas, ofrecedor de alquimias, viene a representar un péndulo que oscila desde el conocimiento  hacia la magia de lo imposible, o mejor dicho, lo irreal–un claro antagonismo de las concepciones modernas-.

El macondismo, esa utopía, está llena de profecías y una de ellas, tal vez la más importante, aparece hacia el final. La lectura de los pergaminos y su desciframiento estaba ligada al caos y desolación de un espacio preciso de tierra amalgamada de seres extraños, déspotas, incestuosos, pero soñadores.

Como artefacto cultural, la novela de Gabriel García Márquez, según Mario Vargas Llosa, es un tipo de novela que competía con la realidad de igual a igual, y que con una prosa intencionalmente pretendida[1], nos acerca la realidad de una Macondo que sugiere el reflejo de otra historia como un detrás de escena. Como mencioné anteriormente, existe o coexiste paralelamente la historia de la conquista. Esa historia de poder, obnubilación, deshumanización y colonialismo muy presentes en las personalidades de los hombres Buendía. Y aunque durante mucho tiempo, Cien años fue concebida por la crítica como “una expresión folklórica de geografía rurales y atrasadas” (López, 2019: 4), no se puede discutir el hecho de que se abrió camino por sí misma, véase el paralelismo con la llegada de la familia Buendía y la fundación de Macondo. Cien años es una novela profética, de algún modo Gabriel García Márquez intuía que formaría parte de una literatura fundacional para Colombia.

“¿Pero de qué contenido habla el centro? Macondo es América Latina, el subcontinente de lo real maravilloso, asiento de lo irracional. Esta marca identitaria, además de los beneficios extraídos por su etiqueta en la cultura de masas (García Márquez trepado en el estrellato e imitado por escritores y escritoras ávidos de los réditos económicos de la formula) resultó el término opuesto a Europa, los Estados Unidos, el Norte, como los espacios de la racionalidad, la Modernidad, los autorizados para erigirse en presencia protectora con todas sus patrañas de padres dominadores o dadores, los gurúes de la cultura logocéntrica”. (López, 2019:6)

Esta obra, es la parodia, por excelencia, de la imposición europea con sesgos de reivindicación de una identidad. El mestizaje autoinfringido, en parte, por el presente incesto de los Buendía, los vaivenes del tiempo, el aspecto maravilloso-fantástico brindan a esta obra un exotismo que atrajo al lector europeo. De hecho, el mayor desafío para el escritor latinoamericano, fue crear para los años sesenta una marca original, muy bien lograda aunque no por ello menos criticada. En síntesis, escribiría López (2010:12), la marca temática y estética que más distinguió al boom fue la de hacer narrativa real maravillosa (mágica). Esta marca, atribuida a Gabriel García Márquez, cautivaría al público europeo y a un sector (el académico) de lectores de los Estados Unidos y lograría consolidarse en una identidad que enorgulleció al sub-continente.                                                                                     

 

Identidad  literaria en Pedro Páramo de Juan Rulfo: una cuestión de interioridad

 “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. (Pedro Páramo, Juan Rulfo)

La primera vez que leí Pedro Páramo, fue en quinto año de la secundaria.  Recuerdo que me impactó como se presentó la primera voz que narra, una voz que da la sensación  de melancolía, una tesitura bucólica en las formas de describir lo que iba contando, su primer acercamiento a Comala. Esa voz que en un principio aparece buscando algo, o a alguien, mejor dicho: un “tal Pedro Páramo”. Lo más curioso de esta primera  oración  es la ambivalencia. Por un lado, quien habla, busca a ese alguien, y por otro, ese alguien aún se presentaba indiferente para él, desconocido, por eso la expresión un “tal” Pedro Páramo.  Juan Rulfo, proponía de esta manera una historia atrapante, llena de misterios e intrigas que se irían develando poco a poco para mí.

A saber, me había costado su lectura para aquel entonces, ya que el padre de Pedro Páramo, Juan Rulfo, recrea una forma y fondo complejo. De hecho, esto último fue lo que impactó el entonces mundo letrado de México.

“Con su novela Pedro Páramo,  abre nuevos derroteros para la prosa narrativa mexicana”. (Aguinaga, 2003: 20)

Varios son los aspectos de la conformación narrativa de Rulfo que en su conjunto, demuestran por qué se convertiría en uno de los mayores representantes de la literatura mexicana. Mariana Frenk (2003) coloca a Rulfo en la categoría de “novela moderna”. El entramado intrincado de su escritura, los saltos temporales, la inmersión que abre paso a una interioridad personal e íntima en sus personajes, hacen de Rulfo un hito que irrumpiría en su país, y el resto del mundo.

Si debo centrarme en el aspecto más fino de su escritura, entonces me animo a nombrar algunas de las características literarias presentes en la arquitectura de su narrativa; una narrativa que según Mariana Frenk (2003), nos hace pensar en la acusada tendencia de la pintura del barroco de colocar a la figura principal no en el centro o en el lugar más visible del cuadro, sino de ocultarla, de casi hacerla desaparecer entre tantos personajes sin importancia. Y se me ocurre que éste no es el único punto de contacto entre la novela moderna y el barroco: el afán del estilo barroco de amalgamar todos los elementos del cuadro en una unidad a tal grado indisoluble que, viéndolos en detalle, parecen absurdos, no dan ninguna idea del conjunto, mientras que cualquier detalle en un cuadro renacentista tiene su relativa independencia, es en sí mismo un todo significativo –ese afán de unificación lo encontramos asimismo en la novela moderna. (p. 46)

Coexisten en la novela una imbricación de tiempos, historias, voces… y la dificultad en la lectura de su obra es precisamente la pluralidad de voces en tiempos que van del pasado al presente y viceversa. Rulfo nos sumerge en una disparidad temporal que más adelante, al finalizar el relato, tendrá lógica.

“Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: ‘Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche’. Y su voz era secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma... Mi madre”. (Pedro Páramo, Juan Rulfo)

Otra cuestión importante es que el tema que se aborda en la novela, es la búsqueda de la identidad de Juan Preciado, la necesidad de reconstruir su historia -reflejada en la historia de México-, en un espacio de tierra fantasmal, inexistente o mágica. Como explicaría Mariana Frenk (2003) el mundo creado por Rulfo es una parcela de realidad mexicana, de cierta realidad social de México. El campo, el cacique y sus víctimas; hambre y miseria de los pueblos de México. Sin embargo no se trata de una “novela de compromiso. En Pedro Páramo no hay mensaje. No hay recetas. No hay optimismo progresista.
Imagen de una realidad mexicana. Más que imagen, visión de una realidad mexicana. Visión trágica y lírica, subjetiva y parcial. (p. 53)

Para Rulfo, no era importante legitimar o exaltar demasiado, de aquí el corrimiento del barroco hacia la modernidad que representaría en su narrativa la subjetividad. La complejidad de sus relaciones, tampoco son con otro(s), sino más bien, conocerse en medio de otros diferentes, lejanos, desconocidos.

La historia en primera persona de Juan Preciado, se convierte a lo largo de la primera parte, en una historia de conexiones humanas en un plano difícil. Después de todo, la Comala a la que llega Juan Preciado es una Comala desierta, habitada por ánimas. No hay corporeidad, no hay humanidad en la materialidad del cuerpo. La segunda parte – a partir de la página 73 aproximadamente– se centra en la memoria y los pecados de Pedro Páramo, abandonado a la muerte próxima, sabe que “del polvo vinimos, y al polvo volvemos”. Esto último no es un detalle menor en  Rulfo, él elimina las diferencias entre seres, porque ante la muerte nos presentamos todos iguales.

“Sus ojos apenas se movían; saltaban de un recuerdo a otro, desdibujando el presente. De pronto su corazón se detenía y parecía como si también se detuvieran el tiempo y el aire de la vida”. (Pedro Páramo, Juan Rulfo)

Podemos estar seguros, al menos yo lo estoy, de que cuando leemos a Rulfo nos encontraremos ante un hallazgo afortunado –serendipia– con un estilo inconfundible, que logra  crear  su propia identidad literaria.

 

La Nostalgia Borgeana en sus cuentos El Cautivo y El Sur

“A los antepasados de mi sangre

y a los antepasados de mis sueños

he exaltado y cantado”.

—Jorge Luis Borges

 

Borges  reitera el concepto de criollismo argentino en su cuentística, entendiendo por el mismo la relación con el espacio, la zona de la Pampa, la llanura, el desierto y aquellos personajes icónicos como el gaucho, el  indio nativo, y el extranjero -en el marco de su porvenir extranjerizante que ocupó varios sectores de  la argentina-  que ‘representaron’ a nuestro país durante los últimos siglos. El autor, a su vez, nos acerca estas  nociones  en  una prosa increíble que no deja de sorprender por la cantidad de referencias a hechos precedentes – en tantos hechos históricos/sociales-; y nos invita a un recorrido por la argentina pampeana,  incluyendo  las  categorías  de la épica hernandiana  para realizar un entrecruzamiento de textos en pos de un nuevo análisis  que deriva,  siempre, en un análisis laudatorio de los mismos.

 Dos cuentos son los que nos interesan: El Cautivo y El Sur.  Estos dos cuentos están atravesados por una constante: las reminiscencias a un pasado,  más precisamente a un pasado con referencias autobiográficas.

En  El Cautivo, Borges parte con la historia de un niño que desapareció después de un malón. Los caracteres del niño rezaban por pensar que se trataba de un niño venido de Europa en tiempos donde prevalecía la consigna de “poblar” las tierras por gringos extranjeros.  Lo más curioso de este relato es su desenlace, después de un tiempo el niño es visto por un soldado entre los indios, este lo rescata y lo lleva a su hogar  pero para entonces el chico no reconocía  a sus padres pero si recordaba algo, un objeto: una daga.  Después de eso, el niño (ya crecido) no pudo acostumbrarse a los formatos de convivencia, había perdido toda orientación hacia la vida en civilización y huye  al desierto.

En El Sur, el personaje principal se centra en  Juan Dahlmann, un secretario que “se sentía  hondamente argentino” y que a pesar de provenir de  una familia de linaje europeo, persistía en él  cierta añoranza por la vida en el desierto pampeano.

“Dahlmann minuciosamente se odió, odió su identidad”.  (El sur; Jorge Luis Borges)

 Así como en el personaje de El Cautivo, Dahlmann encontraba dificultades  para “aceptar” la idea de civilización, e incluso sentía cierta nostalgia  por una estancia adquirida en el Sur donde deseaba ir a descansar.  La etimología de esta palabra, después de todo, tiene que ver con los regresos: nostos (regreso) y algos (dolor)  que son las raíces griegas de la palabra que conocemos hoy como nostalgia.  Existe una relación que transita junto a la idea de regreso a un lugar, o apropiación de ese espacio  que radica en la dificultad de construir una identidad propiamente nacional, es decir, dónde se halla lo esencialmente criollo.  Esta relación podría tratarse de un regreso  autobiográfico del autor a  ese doble linaje del que provenía Borges y en donde la propuesta del mismo sea el destino de la definición del carácter de los argentinos planteada en  la creación de una literatura que encarne una identidad  nacional.

“La escritura de Borges se construye en el movimiento de reconocerse en un linaje doble. Por un lado los antepasados familiares, ‘los mayores’, los fundadores, los guerreros, el linaje de sangre- que se encuentran en nombres como-: Laprida, Cabrera, Soler, Suárez. Nombres en que retumban (ya secretas) las dianas, las repúblicas, los caballos y las mañanas, las fechas, las victorias, las muertes militares. Por otro lado la investigación de los antepasados literarios, los precursores, los modelos, el reconocimiento de los nombres que organizan el linaje literario.” (Piglia, 1979, p. 1)

Sabemos  ya que,  en escritos anteriores, Borges había creado una literatura que reivindicara ciertos aspectos del criollismo argentino. Como explica Louis (2013): “Ya en Fervor de Buenos Aires Borges afirmaba «A quien leyere», suerte de prefacio, que su rechazo del centro de la ciudad  y del puerto era voluntario, ya que estas dos zonas eran  para él zonas de lo extranjero,  lugares de la ciudad en que no se encuentra lo auténticamente criollo”. (p. 359)

No es que Borges ‘odiara’ su identidad, sino que se trataba más bien de esa analogía que contrastaba algunos aspectos del pasado atribuido al doble linaje de su herencia y esa asociación se veía trasladada en sus cuentos, de los cuales a lo largo de sus relatos se evidencian varias imágenes que tienen la fuerza simbólica para relacionarlas directamente con la épica hernandiana en el uso de palabras claves como: cuchillo/ daga, desierto/ llanura, la especulación con la posible muerte, y algunos episodios de resignación y renegación donde también persiste la antinomia civilización/ barbarie.  A su vez, esta nostalgia borgeana  aparece también en las descripciones pintoresquistas de las que hace uso en plan de la reutilización del recurso retórico:

“No turbaban la tierra elemental ni poblaciones ni otros signos humanos. Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera, secreto. En el campo desaforado, a veces no había otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur.” (El Sur; Jorge L. Borges)

Ambos personajes de su cuento comparten una “obsesión” con la Pampa,  la zona del desierto y la llanura, posiblemente esto se deba a la reconstrucción de esas sensaciones inherentes a la identidad nacional que fue vedada en el  período Rosista. Maryse Renaud (1992) explica: “Los ritos de la memoria a los que se entrega Borges no se limitan, por supuesto, a resucitar los textos aprendidos de memoria en la niñez.  Mediante el cultivo de la vena gauchesca, él no pretende solamente restituir cabalmente los lugares, las situaciones, los tipos humanos o el léxico propio de este género sino que intenta, más ambiciosamente, hacerse de las perdidas sensaciones, de los estados anímicos desvanecidos de la infancia. Lo cual bien se nota en un texto tan íntimo  y de mecanismos resueltamente oníricos como “El Sur”. (p. 211)

Retomando al personaje de El Sur, Dahlmann después de sucumbir a la suerte de una enfermedad que lo lleva al sanatorio,  se confunde en una serie de recuerdos que parecen un paso hacia el cruce de la frontera entre lo real y lo irreal, típico en la prosa borgeana, sin embargo, Dahlmann  añora el paisaje pampeano, así como el personaje que no tiene nombre en El Cautivo, ambos luchan entre el sentimiento de pertenencia, su lucha es la lucha por  la recuperación de una identidad, una identidad con mestizajes. Sin embargo es  hacia final de sus cuentos  que ambos personajes  sucumben a la barbarie,  tal vez en son de rebeldía, o tal vez  reivindicando un atributo que se les fue arrebatado  a los  nativos del desierto, y a los desechados [gauchos]…  la libertad de poseer una identidad.

 

Bibliografía:
Aguinaga, Carlos Blanco (2003): “Realidad y estilo de Juan Rulfo”. La ficción de la memoria. Juan Rulfo ante la crítica, de Federico Campbell. México. Editorial Era, 2003, págs. 19-43

Borges, Jorge Luis (1953): El Sur en “Ficciones”. Buenos Aires. Argentina. Editorial Emecé

Borges, Jorge Luis (1960): El Cautivo en “El Hacedor”. Buenos Aires. Argentina. Editorial Emecé

Frenk, Mariana (2003): “Pedro Páramo”. La ficción de la memoria. Juan Rulfo ante la crítica, de Federico Campbell. México. Editorial Era, 2003, págs. 44-54

García Márquez, Gabriel (2019): Cien años de soledad.- 43ª ed.- Buenos Aires. Penguin Random House Grupo Editorial

López, Oscar (2010): Macondismos y otros demonios: Cien años de soledad. Disponible en: https://biblioteca.org.ar/libros/151998.pdf

Louis, Annick (2013): Jorge Luis Borges: Obras y maniobras. Santa Fe. Argentina. Ediciones UNL

Maryse, Renaud (1992): El gaucho en los cuentos de J. L. Borges o De los ritos de la memoria a la celebración de lo pasional. Rev. América. Cahiers du CRICCAL, Nº 11

Mazrui, Alí A. (1985): “Tradición oral y archivos en África” en La Larga memoria: bibliotecas y archivos. Disponible en: El Correo de la UNESCO: una ventana abierta sobre el mundo, XXXVIII, 2, p. 12-15, illus.

Piglia, Ricardo (1979): Ideología y ficción en Borges. Rev. Punto de vista, Nº 5, Año 2

Rulfo, Juan (s. f.): Pedro Páramo. Disponible en: http://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/Juan%20Rulfo%20-%20Pedro%20P%C3%A1ramo.pdf

Vargas Llosa, Mario (s.f.): Cien años de soledad. Realidad total, novela total. Disponible en: file:///C:/Users/operador/Downloads/cien-aos-de-soledad-realidad-total-novela-total-0.pdf


* El motivo de la mención sobre la consigna es porque el presente trabajo es, efectivamente, un trabajo presentado para la cátedra de Literatura Latinoamericana I, presidida por la Prof. Ana Rondina. 
Si bien la publicación del mismo tiene como fecha el 05/03/2021, el trabajo original fue presentado y aprobado durante el mes de Agosto del 2020. 

[1] “Es 1967 también el año que cierra el ciclo novelístico de un autor que había invertido veinte años en la configuración de un proyecto narrativo”. (López, 2010: 12)

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