Hemón
La
primera vez que lo vi, después de aquel triste suceso, fue en una cafetería de
la esquina Macía y 7 de marzo. Él simplemente se sentó enfrente de mí pero su
mirada permanecía extraviada. Se podía observar cómo cargaba con un peso
imposible. Esa tarde ni una sola palabra salió de su boca. Solía ensimismarse
tanto cuando algo lo agobiaba. Y su boca, sus comisuras caídas hacia los
costados delataban tristeza. Dolía mirarlo.
El
segundo episodio que recuerdo está más relacionado con un momento colorido,
hasta alegre, quisiera afirmar. Aun así, él apenas me dirigía la palabra.
Recuerdo ir juntos a la costanera del río para pasear y conversar a través del
sendero iluminado por los lapachos en flor. Era uno de esos días de febrero,
días cargados de colores y olores a espumita; de esa con la que juegan los
niños y las niñas en carnaval. Sí, ahora claramente recuerdo, era carnaval y
asistimos a ver las comparsas, a las chicas vestidas con un poco de tela
brillosa y lentejuelas. Recuerdo que él me dijo: “—Te espero en la orilla”. Y
salió rápidamente en dirección al río. Lo vi, desde lejos muy cerquita de la
orilla, mirarme como esperando a que me acercara. Varias veces se había parado
frente al umbral de la vida de esa manera –pensé–. Pero de un momento a otro,
la multitud de personas hizo que lo perdiera de vista. Y así de la nada,
desapareció.
También
recuerdo el sentimiento de desesperación al buscarlo por todas partes con mi
mirada. Y cuando eso no bastó, comencé a correr en dirección a la avenida
principal. Atravesé un restaurante atestado de mesas y sus comensales sentados
en la vereda. Pero así y todo, no lograba divisarlo por ninguna parte. Recuerdo
sentarme a esperar en el banco de una plaza, estaba tan confundida y enojada;
tanto, que comencé a romper algunas botellas de vino vacías que había por ahí.
Después
de eso, cada vez que lo vuelvo a ver, él no quiere hablarme. Está pero en un
estado de ausencia que me desespera, ¿cómo explicarle? me sobreviene un sentimiento
de mucha impotencia y una tristeza profunda.
Los
episodios suelen suceder sin orden, cada vez que nos encontramos solo hay
silencio entre ambos. Y él me trata como que si yo no existiera. Me parece que
no le hace gracia verme buscarlo tan desesperadamente.
—Muchas
veces, la mente nos juega una mala pasada.
—Eso
parece. Casi todos los encuentros esporádicos terminan de igual manera. Él
desaparece, me abandona y después del abandono, me invade un perfume a fresias.
—
¿Por qué fresias?
—Tal
vez sea porque son mis flores favoritas. Lo que no entiendo Doctor, es por qué
él me sigue buscando, si después desaparece. ¿Por qué lo hace de esta manera y
de forma intermitente?
—Creo
que tu mente trata de asimilar lo que pasó.
—Hace
más de veinticinco años que él escogió irse, con una soga insulsa… un caballete
de antaño. ¿Usted, cree en el más allá ? ¿Cree que los espíritus aún se quedan
después de dejar su cuerpo?
—Creo
que el único más allá que existe, sin límites e incomprensible aún para
especialistas como nosotros, es el más allá de quien habita en el mundo de los
sueños.
Mirá
ahora el jardín desde la ventana, parece que ha comenzado a llover. Se extiende
el petricor. ¿Podés sentir eso?
—
¿Sentir qué, Doctor?
—El
perfume a fresias.
Dedicado a la memoria de Germán R.
Por Elizabeth T.
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